La sombra de mi dedo señala un camino sobre la tierra.
Hace unos segundos que llamaría años, la arena me hirió los ojos.
Todo se ha caído, ofrendo las ruinas.
Mi voz aprendió a pronunciar la clave,
se probó en el fuego del silencio.
Salí a matar a mi enemigo, que está escondido en mi propia carne.
–
Tengo sed y empuño la primera piedra.
Marcho sobre el desierto, le escupo a las dunas, miro el horizonte con odio y necesidad.
Hice una promesa con la sangre de mis manos y se la juré a la luna.
–
Las lecciones de la guerra me salieron demasiado caras
y tuve que morir dos veces
para aprender.
Mis manuales de combate, los pasos y las tácticas de las operaciones
se quedaron obsoletos
en la nueva era
frente al adversario que no se deja ver
porque va con una máscara de espejo.
–
Y viendo el campo consumido por la tropa,
animales muertos y ceniza pegada en la pared
juro ser más veloz y elevado la próxima.
–Porque esa es la cláusula principal:
siempre habrá una próxima;
la paz de mi enemigo, solo es un medio para nuevas guerras (I ZAR 11: 8).
–
Las cadenas me forzaron esta forma de andar sobre la arena.
Y lo que me pesa en los brazos no es lo que cargo.
Ya mordí mis labios para no decir
y bebí a Dios en mi propia sangre.
–
Tuve un sueño que me dijo: sal de la ciudad.
Y el sueño también me dijo: habrá una masacre en la ciudad;
reza para que no se te aparezca el diablo.
–
Todo ha sido costoso de aprender.
Pero ahora que no puedo ver
una voz en los sueños me dice el camino.
–
Yo arrojaré la piedra en el oasis,
así me tome de nuevo la tormenta.
El que va desnudo de apariencias
cruza más fácil la puerta.
–
Mi cara lo dice todo:
Sólo acuéstate a dormir
y prepárate para la nueva guerra.
Sí, porque yo soy de aquellos que siempre busca
a su enemigo (I ZAR 11: 6).
–