Caminante sobre mar de nubes
- Juan J. Mesa
- 27 jun 2024
- 2 Min. de lectura
Ven, siéntante conmigo,
sí, aquí, a mi lado; deja que te muestre las cosas
como yo las veo.
Nos ha costado subir hasta aquí, ¿no crees?
Y ni siquiera estamos en la última cumbre.
Ya
y aunque el paisaje místico y desgarrador muda en todas las direcciones,
aun con la fortaleza de las piernas
y el aliento frío de las alturas,
cada día parece el mismo escalón.
Nadie dijo que fuera fácil,
es verdad;
y han sido tantas las promesas,
que ya no parece que exista forma en la tierra que las pueda contener.
Qué me dirás allá
arriba
cuando el camino de la trocha se vea como película
y el peso de todo lo vivido
se derribe sobre ti
basto e incomprensible.
¿Trajiste las bendiciones, mi tesoro?
Tú sabes:
el manto sagrado que eleva todas las ofrendas,
el rosario de todos tus amores
y la piedra del sol y la piedra de la noche
que te albergan.
Pásame el vino que trajimos
–ese vino santo que hice de mi sangre y de mis lágrimas–
y guarda la escritura,
porque hoy yo seré la palabra.
¿Así que subiste conmigo a ver las alturas?
¿Y salimos madrugados de la casa para conquistar y poseer?
Y bueno, aquí estamos, ¿no es verdad?
en el cielo, por encima de las nubes.
Y no me creerás:
yo te escogí para que subieras conmigo.
Y el bien de esta visión
–que es mío–
es tuyo ahora también.
Y tenías que sudar y padecer la misma cumbre,
perder el miedo a las alturas, mi vida,
y hallar tu ruta para escalar,
soltando las culpas y las imágenes
que no dejan pasar por la puerta angosta.
Yo sé que todavía te duele lo que nos costó subir
y entiendo que en tus lágrimas está también el odio
de las sombras diluidas ante el sol
y de todo aquello que no pudimos traer;
pero, ¿en verdad no lo pudimos traer?
Yo veo que en tu rostro
cada una de tus pecas tiene nombre.
¿Y qué otra cosa podrías ser
sino cada una de las palabras
con las que subimos?
Mi espíritu y mi bien,
por eso te enseñé a hablar.
Sí, sí, ahora hazte aquí
para la foto
y sostén conmigo el horizonte.
¿No te das cuenta?
Desde que partimos yo te mostré en la oscuridad
este mismo porvenir,
para que no digas que subiste arriada y punida;
y aunque tu necesidad y tu enfermedad nos precipitó a salir
el camino mismo fue la bendición y la salida.
Y ya entiendes
que primero van los túneles
y luego la pendiente al aire libre con las hojas y el sol.
Y ahora
que estamos en lo más alto
–solamente tú y yo–
cierra los ojos, mi amor,
y di mi nombre.
Sí, ¿te das cuenta porque te traje?
ofrece el oro
ya sabes dónde está.


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